El rostro del piloto riojano Abel Baquerín minutos después de concluir la segunda manga de la Subida a Clavijo reunía, dentro de la lógica satisfacción, por un lado la alegría por haber logrado un triunfo por el que había peleado durante muchos años y por otro la emoción de haberlo hecho en la prueba más emblemática del calendario riojano. Nadie en el parque cerrado récordaba quién había sido el anterior riojano en ganar en Clavijo. Carlos Arenzana, a finales de los 70, aseguraban algunos. Baquerín, sin duda presa de los nervios, declaraba vivir un sueño y anunciaba su posible retirada de la competición.

Pero la mañana de la carrera, que había sido suspendida en junio y recuperada en diciembre, había comenzado con la noticia de que la meteorología era favorable. Luciría el sol y no existía riesgo de lluvia. Cumpliendo con el rito, cerca de cuatro mil personas habían madrugado y, a tan sólo dos grados, esperaron el espectáculo en las últimas curvas del recorrido. Las hogueras cumplieron la doble misión de calentar cuerpos y asar alimentos, durante el, hasta cierto punto, lógico retraso derivado del estreno de las células fotoeléctricas adquiridas por la Federación Riojana.

En la manga de entrenamientos, bastante accidentada por la temperatura de la carretera que impedía calentar los neumáticos, se produjo el incidente que iba a marcar la carrera, ya que Luciano Arrabal, después de haber rebasado la línea de meta, perdía ligeramente el control de su Mitsubishi, impactando contra un talud. El incidente se saldó con el puente trasero y un buje doblado, y el excelente crono marcado (el mejor de la manga e igual a su mejor tiempo de carrera el año anterior) ya no tendría continuidad ascendente. Arrabal seguía en carrera, pero sin opciones a dar la sorpresa.

Casi sin otras opciones que la suya, Abel Baquerín controló eficazmente a sus rivales y, viendo la posibilidad real de triunfo, administró su conducción para lograr el triunfo en las dos mangas oficiales y, por ende, el final. También demostrando las posibilidades de su vehículo, Josep Royo se colocaba en una incómoda tercera plaza, ya que por arriba amenazaba al maltrecho Evo V de Arrabal, mientras que un motivadísimo Manuel Aguirre intentaba completar un podio totalmente riojano.

Mas en tierra de nadie circuló Daniel Estévez, que disfrutaba de la conducción sobre asfalto tras el volante de su Evo VI de tierra, deleitando a los aficionados con su espectacular conducción. El cuarto riojano en aparecer fue el incombustible Antonio Ortuño, quien tampoco podía evitar gestos de emoción al finalizar la carrera: su sexta plaza final se convertía en el mejor resultado de su carrera.

Pero la alegría de los riojanos encontraba asiento también en la séptima plaza de la general, donde se encontraba Alfonso García. Estrenando otro Mitsubishi, que se había averiado durante la semana anterior, mostró que puede estar arriba pese a encontrarse otra vez con problemas mecánicos que, por precaución, le llevaron al abandono en la segunda manga.

Tras el fórmula de Fermín Villar entraba, en novena posición, Ricardo Tricio, quien tampoco ocultaba su satisfacción tanto por ser el primero de los llamados «pequeños», como por haber conseguido clasificarse entre los diez primeros. Tras él entraba el soriano Ángel Calonge, que, esta vez sí, pudo con su paisano Eustaquio Simal.

En el capítulo de la espectacularidad, Roberto Iglesias se llevó la palma (y el trofeo correspondiente) en lucha con Álvaro González, siendo ambos jaleados desde muchos metros antes de las dos horquillas finales, las que concentran el mayor número de aficionados. También con muchas ganas estuvo Daniel Lejárraga, quien tomó muchos riesgos a los mandos de su BMW 325 ix. La organización de la prueba entregó, además, el trofeo al farolillo rojo, que fue a manos del navarro Javier García.